En salas de cine Siempre Viva / Enrique Carriazo y Laura García hablan de la película - El Magazine Colombia

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En salas de cine Siempre Viva / Enrique Carriazo y Laura García hablan de la película

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Estreno en carteleras de cines


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ENRIQUE CARRIAZO Y LAURA GARCÍA HABLAN DE SIEMPREVIVA

Ya se encuentra en las carteleras colombianas la nueva cinta de CMO Producciones, Siempreviva, la película del director Klych López y las productoras Clara María Ochoa y Ana Piñeres. Los actores Enrique Carriazo y Laura García dos de los protagonistas de la historia hablan de sus personajes. 




Dos años llevaba Enrique Carriazo sin hacer una aparición estelar, desde Dr. Mata, y antes de eso, estuvo nueve años más haciendo una pausa prolongada en su faceta como actor. Los espectadores, sin embargo, lo mantuvieron siempre fresco en su memoria y cercano a sus afectos. Era imposible borrarlo: en Los Reyes marcó una era, y en otras producciones, como Pedro El escamoso o La guerra de las rosas, dejó una huella profunda en el recuerdo colectivo.

Si es por dejar una impronta, Enrique Carriazo ha vuelto para hacer de las suyas con su papel como don Carlos, el personaje que desestabiliza la aparente tranquilidad de los inquilinos que interactúan en la cinta Siempreviva, en el papel de un usurero que vive inmerso en su soledad y solo se relaciona con los demás a partir de conversaciones que rayan entre lo irónico y lo tenso.

Construir su propio personaje le llevó un tiempo de análisis y otro de investigación. Él mismo explica su método:

“Hago un trabajo previo con todos mis personajes. Parto de entender cuáles son las ideas que riñen y las que le conciernen a cada uno. Eso quiere decir que lo construyo a partir de dos ideas opuestas que tratan de sobreponerse una a la otra. Por ejemplo: en el guion estaba planteado que Carlos viviría enamorado de la esposa de Sergio (Andrés Parra). Pero mi planteamiento fue distinto.

Pensé que, en realidad, él se fijaba en Sergio porque era un tipo con audacia, y que su comportamiento sería más contra Sergio, para criticar lo que hiciera, porque le tenía a la vez admiración y envidia. En vez de hacerle caso al guion y seguir las indicaciones de que mi personaje debería enamorarse de Victoria (Laura Ramos), trabajé para que ese “enamoramiento” se dirigiera a Sergio, y que estuviera primero lleno de amor y odio, y de ello naciera la envidia. Porque uno solo envidia a quien admira, y luego, después de haber sido amado y finalmente envidiado, lo destruye”.


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Pero su método no solo fue construido con relación a Sergio, su antagonista en la cinta, sino también hacia el otro personaje central: Lucía, la propietaria de la casa, protagonizada por Laura García. “Mi personaje también la envidia a ella. Finalmente Carlos es un hombre que sufre la soledad y la ausencia de su hijo, y el personaje de Laura, en cambio, está acompañado siempre por los suyos. Pero cuando desaparece Julieta (Andrea Gómez), siente que ella vive por fin lo de él, y eso los iguala”.

Así, trabajando su personaje, ayudando a sus colegas a trabajar los suyos, y siguiendo el esquema estructurado del director, Enrique Carriazo construyó su personaje memorable. 

“Mi trabajo se basó principalmente en Klych, el director. No lo conocía, pero resultó muy sabedor del oficio, ya que lograba, de una manera muy discreta, obtener lo mejor. Yo, como actor, avancé en mi propuesta, porque sentí que estaba respaldada por él. Además, el rodaje no fue difícil: Klych, Clara María y Ana se encargaron de lo difícil. Nosotros hacíamos lo divertido”.

Aunque la historia está llena de momentos divertidos y de humor, que por momentos roza el cinismo, Carriazo sabe que es un relato necesario e incluso doloroso para entender lo que somos como sociedad.

“Soy muy amigo de mirar atrás, pero no para quedarse en el pasado, sino para aprender a mirar al futuro: en lo que sucedió están las claves para entender el presente. Si vemos el pasado desde el punto de vista emocional, podremos entender las razones que nos mueven hoy en día. Me gusta cuando entre todos hacemos ese esfuerzo. Igual, toda mirada es sesgada, porque solo podemos elegir ciertos momentos de la memoria. Los otros se esfuman. Pero esos esfuerzos, incluso en la vida propia, nos permiten entender las cosas para finalmente sobrepasarlas”.

Ese pasado colectivo del horror y de la muerte también marcó a Carriazo. Justo en noviembre de 1985, Enrique terminaba el colegio y estaba preocupado más por su vida personal en su hogar que por lo que sucedía en el país. “Vivía una situación tensa y quería irme de mi casa. Ese era mi mundo. Fue justo entonces cuando comencé a encaminarme hacia la actuación e incursioné en el teatro de La Candelaria. En ese momento tenía claro el camino de la escritura, y sigo en esa búsqueda. Así que lo del Palacio de Justicia me afectó de manera circunstancial, porque cada uno observa su vida pensando que las tragedias personales son superiores a las de demás”.

Pero ahora, treinta años después, ya tiene claro que la del Palacio de Justicia era una tragedia nacional que merece ser contada de una forma distinta para que no se olvide y para que cale en las nuevas generaciones. Después de sus dos años de pausa, y justo cuando se encontraba estudiando dirección y escritura de libretos en Estados Unidos y ya estaba matriculado en la universidad, Enrique Carriazo recibió la llamada de las productoras. Decidió aceptar el proyecto, consciente de que era una cinta “reparadora para mí y para el país entero. El proyecto lo tenía todo”.

Ahora, Carriazo rueda una película propia, Poca cosa, totalmente suya, desde la idea original hasta el guion, y ya tiene 15 minutos finalizados. Es su hora. Ha vuelto con su desgarrador personaje de don Carlos, ha vuelto con sus ideas y con sus propios proyectos escritos, pero, sobre todo, ha vuelto con la claridad total de que está, una vez más, dispuesto a dejar huella.

“Mi labor de construcción del personaje fue detectivesca”: Laura García

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El 6 de noviembre de 1985, Laura García subió un tramo de escaleras desde su hogar, ubicado en la calle 12 con carrera segunda, para ver, asomada en la azotea, qué era lo que ocurría a tan solo cinco cuadras de su casa. Desde allí, junto con su familia y sus vecinos, vio el edificio del Palacio de Justicia en llamas y la gente que corría, vio los helicópteros, escuchó los gritos, respiró el humo del desastre y sintió los remezones de las bombas. Nadie dijo nada. Un profundo silencio y las lágrimas irreprimibles fueron la única reacción.

Años después se había trasladado a vivir en un edificio al lado del club El Nogal, sobre la carrera Séptima de Bogotá, cuando el 7 de febrero de 2003 la sorprendió a su lado el estallido de la bomba que voló el club.

El estruendo la sacó de su momento de sosiego y lanzó a su hijo del sofá hacia atrás más de cinco metros por los aires. Las sirenas y el horror la visitaron de nuevo y fue tan profundo el trauma por la violencia brutal que desde entonces reacciona con temor ante los sonidos súbitos. Hoy, la actriz consagrada cree que nada se solucionará “hasta que no se cierre la brecha entre los que mandan y los que sobreviven. Hasta que dejen de nacer hijos sin opciones de vida distintas”.

Ella tuvo una opción distinta. Su abuela cantaba y hacía presentaciones en el teatro Santa Marta, en la ciudad caribeña homónima, y tocaba Bach y Haendel en su órgano en casa. Su mamá siempre le hablaba de teatro griego e iba al cine. Su familia, en sí, nacida en el Caribe, la llenó de cultura y ella misma eligió seguir por ese camino, nutriéndose de cine y de teatro, analizando la actuación de cada personaje que le conmovía, pero también alimentándose de silencios y de la luz, aprendiendo del ritmo y de las horas a solas frente a una pantalla o un escenario.

La misma pasión tranquila que la llevó a vivir en San Andrés, para poder conectarse con sus orígenes y caretear para ver los peces. De esa tranquilidad la sacó de repente una llamada de Ana Piñeres, quien le pidió que audicionara para el papel de Lucía en la película Siempreviva. Laura se quedó en silencio. Pensó: “Dios mío, eso está bien difícil”. Hizo una pausa y, después de colgar y decir que lo haría, comenzó a verse dentro del personaje y a convencerse de que podría hacerlo bien. “Era una obra muy vista, con un personaje muy complejo, turbio, lleno de dudas. Pero siempre que uno parte de dudas comienza a trabajar mejor porque uno tiene que resolverlas”.

Fue entonces cuando comenzó a crear el personaje y, junto con directores y actores, dilucidó qué quería que fuera Lucía. “Lucía es la representación de todas las madres que han sufrido tanto por el conflicto, esas que siguen buscando a sus hijos desaparecidos, en cierta forma ella representa a Colombia.”

Laura asegura que, durante el rodaje, el equipo de actores estuvo comprometido con la historia, y eso los unió. “Se creó una fraternidad explícita en la que todos los actores estábamos ocupados en adornar, crear, aportar y traer nuestras vivencias personales a esa atmósfera para hacerla tangible para el espectador. Reímos a carcajadas, hubo discusiones, pero eso es el trabajo”.

Ella luego aportó a la construcción del personaje. “O destrucción”, anota, con una sonrisa de sarcasmo. “En mi caso, siempre comienzo por rastrear el pasado, y con Lucía traté de entender de dónde venía. Yo aporté, por ejemplo, que su marido perdido había sido militante de la Anapo. Luego comencé a averiguar y supe que esa familia había tenido una tipografía en el centro, vi fotos de la Lucía verdadera y hablé con su hijo para captar el daño profundo que les había causado la tragedia y que es casi imposible de curar. Necesitaba sentir eso, cómo era, cómo se relacionaba. Entender su comportamiento, sus hábitos pequeños y moverse por la casa a la perfección, porque por algo es su dueña. Es, por así decirlo, una labor detectivesca. Y a mí me gustan esas historias de espionaje”.

Para Laura, forjada en el TPB primero y en La Pandonga en Cartagena después, y quien trabajó durante 23 años en el Teatro Libre, el manejo de los planos secuencia no fue complicado porque está acostumbrada desde la infancia a moverse en las tablas y el teatro. Además, sabe que es preferible mantener la energía de una escena a tener que grabar con cortes y luego recordar el estado de ánimo de ese instante.

“Siempreviva es crucial en este país en el que se debería enseñar Historia Contemporánea en los colegios porque es necesario que se conozca este drama y la historia reciente de Colombia. El nuestro es el lugar del mundo en el que todo ha pasado. Y seguirá pasando mientras no se cambie el orden de una estructura aferrada al dinero, en un conflicto económico en el que los poderosos no quieren soltar la teta que les da su seguridad”.

Con esa claridad de las cosas trabaja en este momento en memorizar las 120 páginas del libreto de la obra Almacenadas, que estrenará en un par de meses en el espacio Odeón y que llegará luego al Festival Iberoamericano de Teatro. Y ansía volver a caretear al mar de San Andrés y, sobre todo, seguir mirando hacia adelante, incluso si es con una película como Siempreviva, que implica mirar hacia atrás. “Es la única manera de avanzar. O si no, nos seguiremos repitiendo”.
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